PULSION DE MUERTE
Una persona asistente al primer encuentro de este ciclo sobre Segregación y Banalidad del Mal me comentaba al final del acto que era más optimista con respecto a la “maldad humana” de lo que las palabras de mi colega Hugo Monteverde y las mías habían transmitido.
Eso mismo me hizo pensar en ideas o conceptos psicoanalíticos que o no son conocidos o lo son muy de pasada. Me refiero a la idea de la “bella alma” y al concepto de pulsión de muerte.
Respecto a la idea de “bella alma”, déjenme decirles que tiene que ver con la manera con la que, a menudo, se presentan en la consulta muchos pacientes. Es ese discurso de que lo que me pasa es “culpa” de algo o alguien ahí fuera y que yo no tengo que ver con las cosas malas que me suceden. Es esa idea de “buenismo” muy extendida en nuestra sociedad actualmente y que se refleja en frases tan comunes como “hay que ser positivos”. Es una identificación de la persona a esos aspectos buenos que tiene o cree tener ….pero dejando de lado aquello de su persona que no le gusta. Algunos hablan de “la parte oscura” que todos tenemos. Se puede decir de muchas maneras, pero desde el Psicoanálisis podemos pensar en la falta o en el no-todo lacaniano. ¿Qué es eso de la ley del no-todo? Yo lo explico diciendo que no somos todo, ni lo tenemos todo. No somos todo lo fantásticos que nos gustaría ser, ni tenemos todos los talentos que nos gustaría poseer.
Relacionado con esto tenemos el concepto freudiano controvertido y poco conocido de la pulsión de muerte. En 1920 y en su libro “Más allá del principio del placer”, Freud propone la noción de pulsión de muerte que es un cambio fundamental en la teoría de las pulsiones y que sostendrá hasta el final de su obra.
No haré un repaso de la teoría de las pulsiones, que siempre fue dual y que desemboca en esa obra en las pulsiones de vida que llama Eros y las pulsiones de muerte, que a pesar de ser conocidas como Tánatos, no fueron nombradas así por el propio Freud.
Como comenté en la sesión anterior, Freud no traía buenas noticias acerca de la naturaleza humana. No siempre el placer y el bien van de la mano como se piensa muchas veces en nombre de las buenas intenciones, de ese “buenismo” que mencionaba antes. Hay algo más allá del principio del placer presente en la conducta humana. Es el territorio de la pulsión de muerte.
Para definirlo rápido, las pulsiones de vida son las que tienden a constituir unidades cada vez mayores y a mantenerlas, es decir, a conservar y unir. Podemos pensar en la sexualidad y la autoconservación.
Sus contrapuestas son las pulsiones de muerte cuya meta sería, y cito a Freud en “El esquema del Psicoanálisis” (1938) “la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas”. Dicho de otra manera, representa la tendencia fundamental de todo ser viviente a regresar al estado inanimado, a través de la reducción completa de las tensiones.
Esta disquisición teórica sobre la existencia de la pulsión de muerte ¿tiene un correlato en la práctica? ¿Podemos encontrar esa pulsión en el quehacer diario de los humanos? La respuesta, obviamente, es que sí. Y les pongo tres situaciones en las que entrevemos esa pulsión.
Como siempre hizo Freud, nunca dejó que sus producciones teóricas se impusiesen a lo que la clínica, sus pacientes, le iban señalando. A veces, en abierta contradicción a lo pensado hasta aquel momento. Y de lo que Freud se dio cuenta en la clínica es del fenómeno de la repetición. Un proceso de origen inconsciente en que el individuo tiende a reproducir experiencias antiguas de displacer y dolor, sin conciencia de estar repitiendo. En ese sentido, siempre pienso en las relaciones de pareja. Es un clásico en muchos hombres y mujeres reproducir una y otra vez esquemas dolorosos con sus partenaires sin que tengan el menor atisbo de lo que está en juego en la relación. Simplemente, repiten y repiten.
Otro fenómeno que se observa en la clínica es la llamada reacción terapéutica negativa. Sin entrar a profundizar en las causas, todos aquellos que trabajamos con pacientes hemos podido observar una clase de resistencia al trabajo analítico que consiste en un agravamiento de sintomatología cuando, a partir del progreso analítico, cabría pensar que se va a dar una mejoría.
El tercer fenómeno del que les quiero dar cuenta y que nos habla de la existencia de esa pulsión de muerte es lo que Freud llamó el juego del fort-da.
El fort-da, que podríamos traducir aproximadamente, por lejos-acá es un juego que Freud vio en un nieto suyo cuando tiraba un hilo de un carrete a su cuna. Cuando lo tiraba hacía un esbozo de como sonaría la palabra fort (en alemán) y cuando lo recogía, lo hacía con otro sonido que recordaría a la palabra da (acá) en alemán. ¿Qué hacía este niño con este juego? Reproducía las ausencias de su madre a la que estaba muy unido. Era un niño que no se quejaba pero sufría por esas ausencias. Este es un juego no muy diferente de lo que hacen muchos adultos con niños pequeños. Es el juego de aparecer y desaparecer momentáneamente de la vista del niño.
Y ¿qué hay detrás de ese juego? Fíjense: ante el acto de desaparición de la madre el niño es pasivo, no puede controlar eso. Pero en el juego es activo, intenta dominar algo que, en el fondo, le causa displacer. Reproduce una conducta (alejar) dolorosa y por tanto se aleja del principio de placer que nos diría que toda conducta humana va encaminada a la consecución del mismo.
En el fondo es decir que el niño está aceptando el vacio de la ausencia de la madre, que no la va a tener siempre con él. Dicho de otra manera la ley del no-todo de la que les hablaba antes.
Termino. La película pone de manifiesto, como ya hizo la primera, lo presente que está el Horror en el mundo. Aunque en la comodidad de buena parte del mundo occidental lo ignoremos. Con suerte, al ser humano le toca vivir un momento y un lugar en el que la pulsión de muerte no está tan presente. Pero más habitualmente de lo que queremos creer, ésta se presenta en sus facetas más descarnadas como acabamos de ver.