Mi primera recomendación es que vean la escena final de “El caso de Thomas Crown”. Me refiero no al remake de hace unos años protagonizada por Pierce Brosnan sino a la, bastante mejor a pesar del tiempo transcurrido, versión de 1968 dirigida por Norman Jewison (un buen artesano de los 70 en Hollywood) y con Steve McQueen y la estupenda Faye Dunaway.
McQueen es un excéntrico millonario que se dedica como hobby a robar bancos y Faye Dunaway es la detective de la aseguradora que le da caza. Se inicia un romance entre ellos y ella, que lo seduce, va estrechando el círculo en torno a él que se da cuenta de eso. Un guión si ustedes quieren muy frágil pero la película va captando nuestra atención dirigida hacia ese final imprevisible. Reflexiones sobre “el aburrimiento” de McQueen que lo tiene todo (pongan comillas y alarmas en ese todo), el mundo financiero, etc, serían muy interesantes pero se alejan del propósito de este escrito.
En esa parte final de la película, McQueen le comunica a la detective que lo volverá hacer y la detective le dice que no lo haga porque ella se verá obligada a entregarlo a la policía. El millonario le contesta que necesita saber “de qué lado estás”.
En el lugar donde deben encontrase los dos amantes, está Faye Dunaway con la policía esperando a McQueen. Aparece el coche del millonario que, sin que se vea bien su interior, se acerca al lugar de la cita. Cuando la policía y la detective abordan el coche, sale el conductor (un empleado de McQueen) y le entrega a ella una carta de él. Dice: “esta mañana me he ido temprano. Ven con el dinero o quédate con el coche”. Mientras suenan estas palabras, se ve un avión en el cielo y se nos aparece la imagen de Steve McQueen con una sonrisa enigmática volando hacia su libertad.
¿En cuántas situaciones, singularmente amorosas, hemos estado o estamos a expensas de lo que decida el Otro?. Para el neurótico, el Otro (así, con mayúscula) es como el Dios de muchas religiones, omnipotente y omnipresente. El discurso de muchos pacientes es, a menudo, una sucesión de quejas por lo que este Otro le dijo, le hizo, en definitiva lo que el Otro quería de él/ella. Y la pregunta que siempre hago: “¿y Vd.?, ¿Vd. que quiere? Cuando nos “situamos” en relación al Otro, la respuesta de ese Otro tan gigantesco, no es tan importante. O, por lo menos, no nos deja tan indefensos como a Faye Dunaway en la película. McQueen se posiciona, elige. No puede controlar (una palabra a la que hay que volver una y otra vez en terapia) lo que ella va a hacer pero sí sabe lo que él desea…y actúa.
El trabajo, en una terapia de orientación psicoanalítica, va encaminado a eso, a que “caiga” ese gran Otro y que el sujeto se sienta mejor con su propio deseo. No se trata de prescindir del otro (ahora sí sin mayúscula), sino de que la vida se desarrolle más “en nuestro campo” y no exclusivamente en el terreno de los demás.